Te escuche cuando a nadie le importaba lo que decías. Te cuide cuando te vi más vulnerable. Te acompañe en los momentos más difíciles. Estuve a tu lado en tus mejores circunstancias. Te abrace cuando más lo necesitabas. Estuve ahí cuando derramaste la primera lágrima, contuve la segunda y te quite la tercera. Te quise cuando ni siquiera tu te querías. Te sigo queriendo y duele como no tienes idea, pero superaré esto, ten por seguro que lo haré. Y tal vez, algún día, dejaré de sentir este nudo en la garganta cada vez que alguien menciona tu nombre.

Comencé a tu lado lo que, creía, sería el libro más bonito de la historia. Aquel al que no se le terminaran los capítulos, aquel en el que me apeteciese doblar la esquina de cada página para recordarme que, en ella, había algún instante inolvidable plasmado en la memoria de nuestra relación. Y, sin embargo, no hice más que coleccionar páginas en blanco. Espacios vacíos en los que escribir aquello que, diariamente, quería que sucediese. Un libro al que terminaron poniéndole tinta mis sueños frustrados, la forma en la que no me mirabas y las caricias que no recibí.